Balance de emociones
Ayer, día de Navidad, por la noche, le dije a mi hijo Luca de 5 años que se viniera ya a la cama, que había sido un día muy intenso y lleno de emociones.
A esto me respondió:
—He sentido todas las emociones, menos una.
Le pregunté cuál era esa emoción que no había sentido y me dijo:
—Asco.
Sorprendida de que fuera tan consciente de las emociones que había vivido, le pedí que me contara más.
—¿Qué emociones has sentido? —le pregunté.
—Miedo y tristeza —respondió.
—¿Cuándo has sentido miedo? —continué.
—Con Gus (el perro de mi hermano) —me dijo.
—Es que ladraba mucho y daba un poco de susto. En realidad, solo quería jugar —le expliqué.
—¿Y tristeza? ¿Cuándo la has sentido?
—Después del miedo.
—¿Entonces, después de asustarte, te sentiste triste por haberte asustado?
—Sí —me confirmó.
—¿Qué más emociones has sentido?
—Alegría... y también ansiedad.
Ahí me dejó sorprendida.
—¿Ansiedad? —pregunté.
—¿Cuándo has sentido ansiedad?
Entonces, se puso de pie y me hizo una representación gráfica, corriendo de un lado al otro por encima de las camas (las tenemos todas pegadas porque dormimos juntos), mientras gritaba:
—¡Regalos, quiero regalos! ¿Dónde están los regalos? ¡Quiero un regalo! ¡Quiero abrir los regalos!
Lo dramatizó tanto que no podía dejar de reír. Lo curioso es que, en realidad, cuando vieron los regalos de Navidad por la mañana, aunque estaban impacientes, todo fue mucho más calmado de lo que ahora estaba representando. Desde fuera, una moderada tranquilidad cargada de algo de nerviosismo e impaciencia por abrirlos, y en su interior, al parecer le desbordaba la ansiedad tal cual expresó en su teatrillo.
—¿Alguna emoción más?
—No.
—Creo que te has dejado una —le dije—. ¿Te la represento y tú me dices cuál es y si las has sentido?
Abrí la boca, llevándome las manos hacia ella, y levanté las cejas abriendo mucho los ojos.
—¡Sorpresa! —dijo inmediatamente.
—¡Sí, esa también!
Entonces le dije:
—Yo he sentido amor al estar todos juntos en familia.
Y me contestó:
—Yo también.
—¿Sí? ¿Cuándo?
—Con el perro negro.
—¡Ah, esa es Pepa! Gus te daba miedo, pero con Pepa sentías amor.
—Sí.
Le comenté que yo tampoco había sentido asco, a lo que me interrumpió de repente:
—¡Espera! Yo sí he sentido asco.
—¿Sí? ¿Cuándo?
—Cuando cogí la bola del perro, toda llena de babas.
—¡Puaj, qué asco! —le dije, y los dos nos pusimos a reír.
Esta conversación me pareció de lo más sorprendente. Ni muchos adultos somos conscientes de las emociones que vivimos a lo largo de un día, y esto me hizo reflexionar sobre la importancia de hacer un balance emocional: reconocer qué emociones hemos sentido y qué sucedía cuando las estábamos experimentando.
Ser conscientes de nuestras emociones nos permite entendernos mejor, identificar las más recurrentes y decidir si necesitamos hacer algo al respecto. Podemos buscar más momentos que nos hagan sentir las emociones que disfrutamos y evitar aquellas que preferimos no experimentar.