ALZA LA VOZ

Vivimos en una sociedad que constantemente juzga y nos empuja a compararnos, como si el valor de nuestra experiencia dependiera de una escala inventada. Pero la realidad es que todos somos únicos, pero iguales en esencia, lo que nos hace, por tanto, igual de valiosos. Esto no debería cambiar, ni siquiera – y menos aún – cuando hemos sido víctimas de abuso o maltrato. Porque ninguna herida debería esconderse en silencio por miedo a la comparación o al juicio de los demás.

Es desgarrador que tantas personas que han sufrido cualquier tipo de maltrato o abuso, como podría ser un maltrato físico o un abuso sexual sientan el peso de tener que callar. En lugar de sentir la libertad de expresar su dolor, a menudo caen en la trampa de pensar que tal vez lo suyo “no es tan grave” o que “alguien más lo ha pasado peor.” Y en esa comparación, en ese juicio que imponemos sobre nuestro propio sufrimiento, apagamos nuestra voz.

Pero un abuso es un abuso. Un maltrato es un maltrato. No importa si alguien considera que fue “pequeño” o “grande”. La magnitud de la agresión no define su impacto, y mucho menos determina su importancia. Las cicatrices emocionales no se miden en comparación con las de los demás; cada experiencia es única y el dolor es profundo y real para quien lo vive. Nadie, absolutamente nadie, debería minimizar su sufrimiento comparándose con otros y menos callarse por miedo a que le juzguen o no le crean.

 

¿A caso hay una forma de medir cuánto duele una agresión? ¿Se puede justificar que algo duele menos porque tal vez, en comparación, parece “menos grave”? Un maltrato es un maltrato, y el dolor que genera no depende de cuánto de visible sea el daño provocado. Sea un ojo morado o un brazo roto, ambas heridas son reales y significativas, y no deberían ser minimizadas o cuestionadas.

 

La verdad es que, cuando silenciamos nuestro dolor, nos estamos juzgando a nosotros mismos, diciéndonos que no tenemos derecho a sentirnos mal. Nos decimos que tal vez no deberíamos “quejarnos tanto.” Pero, ¿es justo decirnos eso a nosotros mismos? ¿Es justo cargar con la idea de que nuestro sufrimiento no vale lo suficiente como para ser compartido o denunciado? Cada vez que nos callamos, el dolor se convierte en un peso que llevamos a solas, un peso que podría haberse aliviado si nos diéramos el permiso de hablar.

Existen miles de historias, y no importa cuán grave o “leve” parezca el relato. Lo que realmente cuenta es cómo nos afecta a cada uno de nosotros. El dolor no es menos válido solo porque alguien más lo califique de “menos importante.” Al contrario, el dolor es único, y en lugar de caer en la comparación, deberíamos darnos permiso para reconocerlo, para poder sanarlo.

Por eso, es vital recordar que la comparación no tiene lugar aquí. Porque al final, la historia que cuenta es la nuestra. No importa si es similar o diferente a la de alguien más. El consuelo no está en saber que “otros han sufrido más.” Las comparaciones solo llevan a un error más profundo: el de invisibilizar nuestras propias heridas.

Cada uno de nosotros es único, cada uno de nosotros es valioso. Y aunque cada experiencia sea diferente, todos merecemos la misma compasión, la misma escucha, el mismo respeto. Dejemos de comparar el dolor, porque así como cada historia es distinta, cada persona merece la oportunidad de sanar, de ser escuchada, de ser vista, sin miedo a ser juzgada. 

ALZA LA VOZ

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